Mañana, 23 de abril de 2015, haré un lectura en el Instituto de Alcalá del Valle, para chicos y chica de 3 y 4 de la ESO. Los poemas y relatos que leeré son estos:
en los siguientes días colgaré fotos de Alcalá, que parece muy bonito.
SUFRIMIENTO
en los siguientes días colgaré fotos de Alcalá, que parece muy bonito.
CONSPIRACIÓN
SUPRAUNIVERSAL
A pesar de la
lucecita verde que aparecía en el correo de mi ordenador, ayer
prácticamente no pude pasarme por aquí, querido Tomás. Cuando muy
de mañana traté de ganar la silla, vi que mi hijo -el más pequeño-
otra vez se me había adelantado y ya estaba en mi puesto, bajándose
-repito sus palabras-, “una película de alucinar, de ésas que a
ti tanto te gustan, vaya, de las de volverte loco”. Yo tengo mi
propia teoría sobre el asunto. Verás. Sé con toda garantía que
mis hijos forman parte de una compleja fuerza de ocupación
suprauniversal que, lejos de ocupar el territorio, se conforma con
tomar aparatos estratégicos como televisores, ordenatas, teléfonos,
impresoras, frigoríficos, duchas..., es decir, todo cuanto funcione
por cable o esté conectado con dios sabe qué. Creo que mis hijos no
son más que alienígenas que han usurpado la personalidad de mis
verdaderos hijos, porque cuando les hablo, parecen no escucharme o si
lo hacen es para pedirme —bueno, pedirme no es la palabra exacta—
veinte euros para irse de marcha o vaya usted a saber qué, pero yo
sé que ese dinero lo emplean en comprar armas y preparar la
invasión. Tengo pruebas de que reciben instrucciones por estos
mismos cables para tratar de volverme tarumba y he optado por
hacerles creer que han conseguido su propósito, y me muestro dócil,
obsecuente, generoso, como si no estuviera al tanto de que lo suyo
forma parte de una conspiración suprauniversal, pero querido amigo,
entre nosotros, durante los últimos meses he ido acumulando
explosivos en el sótano. No sé lo que harás tú, pero yo, antes de
rendirme, estoy dispuesto a llevarme por delante a estos malditos
alienígenas hijos de la Gran Puta.
CAZA MAYOR
Estaba preparado
cuando apareció el oso. Era exactamente el que nos había descrito
aquella misma mañana el monitor en la aldea. Tomé el rifle,
adelanté el pie y me dispuse a poner su corazón justo en el punto
de mira de la telescópica. Están bien empleados los 10.000 euros,
pensé mientras apretaba el gatillo.
Marqué el número
justamente cuando el animal aún se debatía sobre la hojarasca. Se
puso mi hijo y, emocionado, le narré cómo había matado yo sólo al
oso y añadí que acaso en ese instante aún le quedase un pálpito
de vida. Mi hijo guardó silencio. Luego, tras pensarlo, me dijo:
papá, cuando vuelvas, quiero que mates a mi maestra.
CARTA A LOS
RELLES MAGOS (III)
Pongamos las cosas
claras. Me cuentan esto y lo otro, pero yo paso. Por un oido me
entran y por otro me salen. Yo muero por ustedes. Tengo dieciocho,
una colegita con la que flipo en colores, pero mi viejo me lleva
dando la varrila dos semanas con que si a ver si me busco un curro y
dejo de dar el peñazo con tanta moto y tanta tonteria. Yo le he
dicho que el curro hos lo voy a pedir a ustedes, porque estos
cabrones solo me ofrecen basura: repartidor de telepisas, reponedor
en el Carrefun, camarero y basura de esa. Lo del curro es paque el
viejo no me de mas el coñazo, mas que nada, ya ves tu lo que a mi me
importará tener un curre de esos. Que curren los negros, ¿no te
jode? Lo que de verdad me mola es la moto. Una caguasaki guapa, pa
flipar con la colega. Las cosas claras, yo les escribo la cartita de
marras, ustedes me traeis la moto, le decis al viejo que esta chungo
lo del curro y que ya hablaremos el año que viene. ¿Lo vais
pillando? Bueno, pues eso, y que haiga paz pa toa la peña y que
muero, muero por ustedes.
CARTA A LOS REYES
MAGOS (IV)
¿Se acuerdan de mí?
Sí, soy, Clara, la que el año pasado os pedía paz en Afganistán y
una Barbie azafata. Ésa. Yo, quiero decir.
Miren, quiero que
sepan que nos hemos cambiado de casa. A mi papá lo despidieron o
como se llame de donde trabajaba y los del banco nos quitaron la
casa. Ya no vivimos donde el año pasado y si ustedes dejan mis cosas
allí, es posible que se las quede el niño nuevo, el niño que ahora
vive allí, quiero decir. Yo vivo ahora a las afueras, en un sitio
raro, con lonas, chapas y esas cosas, pero papá dice que nos
mudaremos enseguida, así que cuando ustedes lleguen no sé si viviré
todavía aquí o dónde. En fin, quería decirles, que si no me
encuentran este año lo entenderé y, además, la Barbie la tengo
nuevecita nuevecita, si acaso no se olviden ustedes de la paz para
Afganistán.
QUÉ VA A SER DE
NOSOTROS
Confundido, vuelvo a
la habitación y busco por todas partes. No puedo entender qué es lo
que esta vez quiere de mí. Mi mujer me observa pero prefiere
quedarse en la puerta, con el corazón en vilo. Dónde estás,
pregunto. Grito, dónde coño estás. Nada. El lamento sigue y sigue
como si saliera del suelo. No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas,
suplica mi mujer a mis espaldas, por dios, Javier, no lo hagas. Ya ha
pasado otras veces: tengo doce años, acabo de descargar la escopeta
sobre mi hermano y estoy llorando, no puedo parar de llorar. Pero mi
mujer me grita que vuelva, que por dios no lo haga, que tenemos dos
hijas, que qué va a ser de nosotros.
SISIFO (I)
Esta es mi vida: por
la mañana voy al mercadona y subo con las bolsas hasta el cuarto
piso; por la noche bajo con las bolsas hasta el contenedor.
Mi padre perdió a su hijo de sólo once años. Jamás
mostró su sufrimiento. Se hizo cargo del nuestro en silencio. Veinte
años más tarde, mi hijo tuvo un severo brote epiléptico. Mi padre
fue testigo de sus últimos espasmos, y de la extrema lasitud que le
siguió. Fue entonces cuando, sentándose en una silla, vencido, se
tapó la cara con sus inmensas manos de campesino, y clamó entre
sollozos: ¡OTRA VEZ NO, OTRA VEZ NO, OTRA VEZ NO! Sólo entonces
entendí la magnitud de su sufrimiento.
Poemas
ADOLESCENTES
Como
corzos que, libres, corrieran por el prado,
enloquecidos
por el color de la hierba,
por
el prodigio del sol sobre la hierba,
y
quisieran tomarla toda,
y
quisieran saciarse hasta morir de sol y de hierba,
corretear
hasta la hoz del río,
escalar
la montaña y con sus purísimas lenguas
lamer
las nubes,
trepar
hasta las más altas rocas y galopar
como
ungidos potros por el bastión en llamas.
No
les basta el mundo. La sangre los vuelve corzos,
conmovidos
corzos que rodean el bosque
y
escuchan sin pavor el cobrizo tañir de las campanas.
Sólo
las yeguas que pastan en el valle, conocen su destino
y
aun así, qué bellos, qué diáfanos, qué hermosos
les parecen sobre la blanda, estrellada hierba.
[SI ALGO SOY]
Si algo soy, he de serlo por entero, todo.
No hay nada que no pueda ser en lo que soy.
En cada cosa seré yo, grande o pequeño sea lo que
haga.
En cada charco se refleja toda la luna.
La luna entera, toda. Aun temblando.
SE FUE EL VERANO]
Se fue el verano. El agua dejó de correr por las
acequias
y las muchachas que ayer viera reír
junto al camino, hoy se esconden de la noche.
Quien en julio no segó el grano,
llegado septiembre no lo segará
y su granero quedará vacío.
Entonces temerá la larga estación de la nieve.
Quien el tejado no arregló
cuando aún aullaba el sol sobre el cielo,
a qué arreglarlo ahora,
cunado se acercan las lluvias,
y así temerá al aguaje y a la nieve temerá.
Quien no se ha procurado compañía
cuando la primavera brilla aún en sus ojos
a solas se sentará junto al fuego
y lamentará las palabras que no dijo
o aquéllas que al decirlas se volvieron contra él.
Se fue el verano. Aún me espera
un trecho de camino. Las hojas de los olmos, lo sé,
no son gran cosa, pero sirven de colchón
y a veces de consuelo o de aviso al invierno.
BLANCOS PÉTALOS
El camino se llena de blancos pétalos.
Parece nevado el camino pero una leve brisa
basta para dispersarlos.
Cantan los chamarices
y su canto mece la hierba encendida,
el alegre vuelo de los pétalos.
Abejas y mariposas revolotean
sobre las mansas flores.
He visto esto muchas veces.
Tantas como he visto desaparecer la primavera.
MONTAÑAS VERDES
Que al fin de este camino haya montañas verdes
y cedros cuyas ramas se doblen hacia el suelo,
que brille la hierba en la ladera
y que un perro vagabundo me acompañe.
Que escuche el mudo palpitar de las cosas
que me importan, que alguien cante para sí
mientras hunde su azada en la tierra,
y me nutra esa canción como me nutre la lluvia,
y que el fin de este camino sólo sea
el fin de este camino, sus montañas verdes.
ÁRBOL
Escuché a los caminos.
Me detuve ante los árboles abatidos por el viento,
vadeé ríos, sufrí la enfermedad y huí de la
justicia.
Me calenté con el fuego que otros encendieron
y cuando hubo sol extendí mis ropas al sol.
Hoy el frío me hace tiritar
y mis pies avanzan con torpeza
como si el barro quisiera adherirse a ellos.
Bandadas de patos vuelan indiferentes hacia el sur.
No lejos de mí el sonido de un hacha
me hace girar el cuello:
un árbol tan grande como una montaña
lentamente se inclina.
MIMOSAS
Ahí
están, sacudiéndose el invierno,
coquetas,
seguras de sí mismas
sabiendo
que en su belleza está su perdición,
pues
no es fácil pasar ante ellas sin tronchar sus ramas
y
llevarlas como ofrenda a nuestra amante.
EL
VIENTO
(en
Castellina Marittima)
a
Eligio, a Dario, a Elisabetta, a Jacoppo
No
hace mucho, en un pueblo extranjero
observé
la saña con que el viento azotaba a los cipreses.
Sus
copas golpeaban las fachadas
y era
como si alguien los zarandeara desde sus raíces.
A
veces ese viento, el mismo viento que azotaba a los cipreses
me
castiga. A veces siento que me agito inútilmente
y
aunque corro a casa a refugiarme,
el
viento sigue en mí,
porque
el viento se me mete por las venas
y me
estremece entero, hasta doblarme;
mi
cabeza choca entonces contra mi cabeza
y las
demás cabezas, contra todas las paredes,
las
otras y las mías, y quisiera entonces
alejarme
algún tiempo de mí mismo y de esta tierra
para
volver más tarde, cuando por fin el viento amaine,
pero
al final me puede la costumbre
y el
saber que es en mí donde nace el viento
y que
vaya donde vaya, no se irá
hasta
que no tenga que irse.
Echo
entonces un tronco más al fuego
y
luego otro y otro más,
hasta
que siento que la llama aquieta,
que
una lluvia mansa se escurre por mis huesos
o
afuera el sol se vuelca por los campos, pobremente.
Y al
salir de casa los vecinos me saludan
y yo
les pregunto si sus hijos siguen bien,
si
sanaron las vacas, si este año saldrá buena la cosecha
y
ellos me contestan que el trabajo ya se hizo,
que
está alta la cebada y que se doblan las espigas
pero
que lo demás no depende de ellos
y yo
sé que es así, que siempre ha sido así,
que
seguirá siendo así
mientras
haya cebada y sol y haya tormentas.
No
hace mucho, en un pueblo extranjero...
EL
GRAN BOSQUE
HOMENAJE
PÓSTUMO A DYLAN THOMAS
“Ya
está ahí esa furcia”, gritaba.
“Todos
huimos de ella como antílopes desbocados,
pero
sus dentelladas son tan ciertas que, más que correr,
debiéramos
invitarla a una pinta.
Mientras
nuestras rodillas se descarnan
y
la herrumbre descalicha nuestros huesos,
nuevos
huesos toman las palas y las sierras,
una
nueva chica quedará preñada en la ladera de West Cross
y
el más borracho entre los borrachos
volverá
a lamentar no haberse dejado morir
cuando
aún estaba caliente el cuerpo de Rose Souther”.
“Ahí,
ahí”, dice agotando su noveno vaso de bourbon,
y
señalando hacia la puerta, grita: “mirad a esa furcia.
Igual
para quienes cosen redes en las playas del Índico
que
para quienes en tan sólo unos días arrastrarán sus pies
sobre
la nieve sucia de Greenwich Village”.
Luego
se acerca a los que juegan al billar
y
les pregunta en voz alta que si puede pagar a una mujer
por
qué esa mujer no llega.
Yo
no digo nada. Le lleno el vaso y callo.
Bien
sabe el buen Dios, que su cara hinchada
y
sus ojos asustados hacen chirriar mis huesos.
No
hace mucho perdí a mi madre,
y
en los ojos asustados de aquel tipo
volví
a ver los ojos de mi madre
antes
de entrar en el gran bosque.
Lo
demás lo he sabido por los diarios,
que
ese viejo cascarrabias murió al día siguiente
en
un hospital cercano, que volvió a hablar de esa mujer,
Rose
Souther, que no tenía nada, que a nada temía,
pero
por más que lo busqué
nadie
hablaba de sus enormes ojos asustados,
como
si por fin, cansado ya,
se
aprestara a entrar en el gran bosque.
E-MAIL
ENVIADO A LA CHICA DE LA VENTANILLA
NÚMERO
NUEVE DE EDWARD HOPPER
Tal
vez usted no sepa quién soy. No importa.
¿Es
usted la chica de la ventanilla número nueve?
Si
es así, quizás sean estas letras las que hoy anda esperando.
Si
no lo son, perdone, he debido equivocarme.
Tenga,
de todos modos, un buen día.
Mire,
puedo decirle que por aquí ya amanece,
que
el sol culebrea en las fachadas,
que
han florecido las mimosas,
que
se espera un día soleado,
que
los trenes sigan pasando a su hora,
que
alguien vaya en esos trenes
y
que los trenes lleguen a alguna parte.
Mire,
justo ahora suena una bocina, la escucho aquí
a
mi vera, tan tan cerca...
La
vida sopla alrededor, sobre las cosas vivas,
como
el ladrar de un perro o el pasar de un talgo...
No
me pregunte cómo he sabido que usted no estaba bien,
que
hoy, tan lejos de usted misma,
no
le consuela el dulce mordisco
de
la brisa, ni mis pobres explicaciones
acerca
de la salida del sol y el paso de los trenes.
Bueno,
qué puedo decirle,
la
comprendo, no siempre la poesía es infalible,
no
siempre acierta con la respuesta que esperamos.
Si
así fuera, yo sería hoy un hombre acabado en su ser,
como
ese pájaro que vuela indiferente a sí mismo,
o
como el naranjo que está ahí, hincado en tierra,
y
aun así, vea como al nuevo sol se desperezan sus naranjas,
pero
a veces la poesía no consuela, sino que muerde y muerde
sin
soltar la carne. Y, mire, acaso es bueno que así sea.
Pero
aquí ya sale el sol, señora, óigame,
está
saliendo el sol,
el
mismo que acaso ahora vea huir de sus mejillas,
un
tren avanza, espantando el sueño,
y
quiero pedirle que alce esos ojos,
que
hoy no entregue sus ojos a la noche,
que
hoy, al menos hoy, no se me rinda,
que
asiente bien los pies, que alce la cara,
pues
seguramente habrá mimosas florecidas ahí afuera,
cerca
de usted, y habrá pájaros y gatos,
y
habrá naranjas dormidas ante el último sol de este invierno,
que
saque una manzana de la bolsa, que la muerda y sienta
en
su boca esa manzana, tan jugosa y tan suya
y
que usted se vea, sí, tan jugosa y tierna como ella,
y
que al final, en una estación del Sur
haya
alguien esperándola.
Ya,
ya sé que todo esto no se llevará el dolor que siente,
pero
quizás le guste saber que ahora
aquí,
desde tan lejos, el sol se alza sobre el campo
y
pasa un talgo y los perros le ladran a la luz y a las mimosas.
Es
posible que usted quiera saber y es por eso que le escribo
que
aquí está amaneciendo,
que
no hay un solo lugar sobre la tierra donde no amanezca
hoy,
alguna vez, todos los días.
LUCES
DE SAN LORENZO
Es
casi primavera. Los abejarucos van soltando por ahí
destellos
azules, verdes, amarillos...
y me
he sentado a descansar al borde del sendero.
Voy
camino del buzón porque ayer, no sé cómo, me acordé de ti y no
pude
evitar
escribirte unas palabras.
Verás.
Después
de aquello, ya lo sabes,
vivo
aquí. Me fui del pueblo, alquilé una casa
en la
ladera y he plantado un pequeño huerto donde siembro
algunas
cosas. Pocas cosas. Ella, quizás esto lo sepas,
se
marchó. Dijo que habíamos hecho juntos un largo camino
y que
ya iba siendo hora de volver a pensar
en
las luces de San Lorenzo.
No
supe a qué se refería exactamente, pero así fue
como
lo dijo y sin darme tiempo a contestar
metió
todas sus cosas en un bolso y se largó.
Y no
hice nada. Aún recuerdo su brazo oscilante
desde
el recodo de la calle, porque, aturdido,
no
quise acompañarla a la estación.
Qué
me hubiera costado hacerlo
y
ayudarla con el bolso y decirle desde el andén
adiós
adiós, amor, muy buena suerte. En vez de eso
me
eché sobre el sofá a la espera de que el sueño
o el
cansancio me vencieran, pero como no llegaba el sueño,
dejé
la casa y me vine a vivir aquí, a la ladera
donde
siembro algunas cosas, cualquier cosa
con
tal de olvidarla y olvidar. Pero, lo sabes, nunca
se me
ha dado bien lo de olvidar.
Azul,
ese fue su nombre. Tal vez siga siéndolo.
Ella
era así, no sé cómo decirlo,
imprevisible,
tibia, iridiscente, azul...
Pero
en fin, en fin, aquí sigo, sentado al borde del sendero,
mientras
alrededor, confiados, laboriosos, vuelan
los
abejarucos y se anuncia ya la primavera.
Todo
lo comprendo cuando ya nada tiene remedio, ese debe ser mi sino.
También
a mí me gustaría marcharme
en
busca de esas luces de San Lorenzo -así lo dijo-,
pero
entonces quién quedaría en la ladera por si vuelve.
CIPRÉS
CON PÁJAROS
Me
escribes hoy y me dices que estás triste,
que
al caminar no sientes las aceras,
que
la luz se filtra por los huecos de ti misma,
que
al otro lado sientes cómo ruge y ruge y ruge el vendaval.
Y yo,
amor, quisiera rescatarte, camuflarme en ti,
recordarte
una y otra y otra vez
lo
hermoso que siempre ha sido estar contigo,
en
ti, dentro de ti, viendo cómo te me abrías,
cómo
te me estabas,
cómo
te entregabas a la tarde,
mientras
al lado, justo al lado,
ocultos
en el ciprés más grande de la Tierra
cantaban
nuestra dicha millares de gorriones.
Oh,
qué deliciosa algarabía,
qué
dulce vagar el de tu cuerpo
y el
del piar y el de la tarde.
Y
mientras tú estás triste, no soy nada.
Absolutamente
nada, pero pienso en esos pájaros
que
aún cantan en nosotros,
y
entonces yo también te canto
o me
hago ciprés para cubrirte,
para
que desde mi cuerpo todo
vuelvas
a cantar en cientos de gorriones,
y que
esos pájaros, que el recuerdo
y el
canto de esos pájaros,
te
sigan en cada una de tus dudas,
se te
muestren en cada una de tus reflexiones,
canten
para ti cuando te abrume la tristeza,
pues
pase lo que pase, nunca dejarás de estar allí,
reclinada
y hermosa. Luz cimbreada en la luz,
tierra
creada para el fruto. Encendida rosa del amanecer.
Alma
enervada y fulgurante de risas y de pájaros.
APUNTE
PARA UN NIÑO MUERTO
A Fran
y a Pilar, su madre
Dulces
son las praderas y los azules días del verano,
el peso
de la brisa y el olor de la lluvia en los pinares.
Dulce
es el agua que mansa corre por la acequia
y el
corazón de quien ríe y la voz cuando susurra.
Fran
estuvo aquí y es la pradera, un día azul de estío,
la
acequia, los pinares, la voz amarilla del susurro.
Se
marchó sin saber de las nubes que manchan el otoño,
sin ver
el óxido en los muros, el batir de las puertas,
la
oscuridad de los pozos. Azul era su pecho,
y
llenaba de azul los almanaques,
las
manos, los jardines, los domingos,
mientras
un lento escarabajo trepaba hasta sus labios
enloquecido
de luz y de inocencia.
No hay
nada más tibio ni nada hay más amargo
que la
voz de un niño
que,
como un tren, hace temblar nuestra memoria.
VERSIÓN
DE UN POEMA DE ESPERANZA ORTEGA
para
ana y jose y toda esa gente que cada mañana los visita.
para
helena y julio
En las
hondas madrugadas de enero
o en
las hambrientas mañanas de abril,
envueltos
en jerséis donde la noche aún riela,
con un
halo de incógnitas
y
subrayadas palabras vibrando en los cuadernos,
como
pájaros en flor, oh flores en la escarcha,
os
agolpáis con la puntualidad de la luz
frente
a los templos del saber.
Aunque
nadie os diga nunca
que una
secreta hermosura os cerca y os proclama,
que
cintiláis como anguilas sobre el limo,
que
nada saben vuestros pasos de la oculta miseria
o del
temor más oscuro,
o que
os ciñe, yo os lo digo,
la
certidumbre de una verdad sin muros
y una
secreta pasión,
sabed
que es en vosotros que se cumple la vida,
que la
vida vale en tanto que vosotros la tomáis
y es
vuestra,
por más
que cada mañana una lenta tristeza os salude
desde
un barco que hace siglos zarpó,
hacia
un reino difunto, hacia una tierra abolida,
hacia
un mar que se hunde.
0 comentarios:
Publicar un comentario