POESIA ANDALUSI






LA IMPORTANCIA DE NUESTRO LEGADO MUSULMÁN

manuel moya

El desconocimiento del mundo árabe por parte de la cultura europea ha sido tradicionalmente palmario y basado en equívocos y tópicos tan burdos que hoy nos hacen sonrojar. La prueba más fehaciente de ello la tenemos al observar los mapas actuales del Magreb y de Oriente Medio, donde líneas perfectamente rectas, ejecutadas con absoluta impunidad en un despacho parisino o londinense por funcionarios que jamás se habían alejado del Támesis o del Sena unas cuantas leguas, han tratado de establecer países y regiones, alejando pueblos y, lo que es más grave, atentando contra la filosofía y el modo de vida de los habitantes de esas regiones. Antes de esa fecha, los beduinos caminaban desde Agadir hasta el Cairo, desde Argel a Dakhla, desde las orillas del Nilo hasta las cordilleras del Atlas o a la ciudad de Tombuctú con el solo mandato de las nubes. La inmensa mayoría de los nacidos en un lugar o en otro del inmenso Magreb se sentían hermanados por las estrellas y no, no estoy recurriendo a tópicos líricos. Para ellos no existía otra patria que el camino, que el discurrir de sus vidas y las de sus animales a través de la dura hammada o de las ardientes arenas. Hasta finales del siglo XIX, donde la necesidad de productos para la incipiente industria europea, reinventó el colonialismo, el mundo árabe no fue para los llamados occidentales más que una curiosidad antropológica, un sin fin de sospechosas leyendas líricas que hablaban de pueblos exóticos, ensimismados, atrasados y culturalmente inferiores, y a quienes era necesario occidentalizar para que así alcanzaran la modernidad, mientras, eso sí, se iban esquilmando sus recursos y haciendo retroceder sus riquísimos acerbos culturales. El mundo occidental había mirado con absoluto desdén al mundo musulmán, cuando no con cierto miedo. Las guerras coloniales del pasado siglo, la necesidad del petróleo como el elemento que movía y sigue moviendo nuestras economías, el ya eterno conflicto entre musulmanes y judíos en la vieja Palestina y la consecuente fractura política y cultural entre Occidente y el Islam han hecho que volvamos la mirada hacia ese mundo, pero desgraciadamente esa mirada no es una mirada serena y curiosa, sino, por lo general, llena de miedos y angustia. Y sí, cuando cada vez son más los musulmanes que viven entre nosotros y forman parte de nuestras vidas, cuando es cada vez más evidente la coparticipación en un mismo espacio, tal vez que hoy más que nunca el mundo musulmán es percibido por la población europea como sospechoso y lleno de acechanzas. Desgraciadamente es así como gran parte de la población europea percibe hoy su relación con el vasto universo musulmán. Pero tampoco seamos ingenuos, existe, a qué negarlo, una determinada visión musulmana que está en flagrante colisión con los intereses y las formas de vida europeas que han conseguido que el ciudadano europeo vea a la cultura musulmana no tanto como una oportunidad sino como un peligro; por otra parte, frente a ella co-existe una visión neocapitalista occidental que rehúsa el humanitarismo, quien durante al menos los últimos quinientos años ha sido el estandarte y el motor del pensamiento y sustrato del imaginario europeo. Sin embargo, hemos de admitir que ese reducto islámico hiperideologizado, no sólo es un problema para nosotros, sino y sobre todo para las mismas poblaciones musulmanas, donde tienen más consistencia y se cobran más víctimas. El pensamiento único que vaticinan empobrece la riquísima cultura árabe que ha hecho tradicionalmente de la tolerancia uno de sus patrones culturales. Pero si el yihadismo es empobrecedor, igualmente lo es el neo-capitalismo, que es hoy por hoy la mayor amenaza que se cierne sobre la sociedad occidental, pues socaba sus principios democráticos. Pero como supongo que no hemos venido hoy a hablar de todo esto sino de las interconexiones entre la poesía árabe y la española, entremos de una vez en faena.



Los españoles de la actualidad conocemos muy poco de la grandísima poesía árabe. Los nombres de Ibn Zaydum o el de Ibn Hazam, quien por cierto murió en una vieja alquería a tiro de piedra de Huelva, no se contemplan en ningún plan de estudios español, siendo figuras relevantes no sólo en la poesía en lengua árabe de todos los tiempos, sino clásicos realmente universales, de una mayor trascendencia universal que Garcilaso, Góngora o Fray Luis de León. Nuestro común pasado musulmán y judío no se explica más que sucintamente en los institutos, como curiosidad histórica. Pareciera como si nuestro gran pasado musulmán no hubiera existido. Ciertamente no podemos desembarazarnos de la Mezquita Omeya de Córdoba, de la Alhambra nazarí o de la bellísima torre almohade de Sevilla, reclamos turísticos y económicos, verdaderos iconos de las ciudades, como tampoco de gran parte de nuestra lexicografía, de nuestra toponimia, y de la forma de relacionarnos con la tierra, pero aun así pasamos de puntillas ante ellas, no vayamos a despertar a todos los diablos. Sí, nuestro rico pasado musulmán ha sido sospechosamente laminado de nuestro acerbo. De hecho, la tradicional y preocupante visión que tienen los pueblos norpeninsulares hacia Andalucía, está basada en nuestra impronta andalusí, en esa cierta poética del hedonismo y el presentismo con que desde el sur contemplamos la vida. Sí, los andaluces somos sospechosos por el sólo hecho de ser del sur. En los últimos cinco siglos, el catolicismo ha intentado con evidente éxito esconder nuestra heredad musulmana y sólo cuando las luces del laicismo se han ido imponiendo, sobre todo a finales del siglo XIX y principios del XX, los estudios de la presencia musulmana en la península han cobrado algo de fuelle. Hasta tal punto se impusieron las tesis del catolicismo, que ni siquiera conocemos científicamente cómo los musulmanes dieron el paso del estrecho y se asentaron en la península en unos márgenes tan cortos de tiempo que hoy simplemente nos parecen un tanto sospechosos. Lo que queda en el imaginario de los comunes es la idea de una invasión planificada, cruel y violenta, cuando en realidad ni siquiera nuestros historiadores más recalcitrantemente filo-católicos han podido probar documentalmente algo semejante.
Antes de la irrupción por tierras gaditanas de Al Tarik, Iberia era un territorio convulso y dividido, muy poco poblado y culturalmente en un claro retroceso desde la caída del imperio romano. Lo cierto es que la cultura musulmana se integró tan fácilmente en la península simplemente porque era más fuerte, más moderna y, sobre todo, más eficaz, pero también porque se asentó en la zona más romanizada del territorio, donde la culturización era mucho mayor y, por tanto, donde su programa político y cultural podía enraizar con mayor claridad. En los albores del 711 la península vivía una interminable guerra civil entre distintas facciones religiosas y se sucedían las luchas de poder, que sumían al cada vez más empobrecido territorio visigodo en un caos político que acababa afectando negativamente a la economía y las perspectivas cotidianas de las poblaciones. La llegada de los árabes -de no muchos árabes, concretemos- supuso un remanso de sosiego y de cierta sensatez en la organización urbana y del territorio. Es más que evidente que durante los dos primeros siglos de la presencia musulmana en nuestro país, se transformó para mucho mejor la vida de los peninsulares. No sólo la economía o la agricultura sufrieron tremendas transformaciones, sino el mundo político y el cultural, la agricultura, la medicina, las ciencias, la filosofía, la arquitectura y, cómo no, la poesía enraizaron, convirtiendo a la península ibérica el pulmón científico y cultural de Europa .
Tres son los períodos en los que se suele dividir la presencia musulmana en la vieja Iberia, un primero de asentamiento coincidente con el Emirato de Córdoba, dependiente aún de Damasco, una segunda etapa de esplendor e identidad coincidente con el Califato Omeya de Córdoba, y por último un período convulso pero también interesante que supone el desmembramiento y fragmentación del califato en favor de pequeños núcleos de poder, más vulnerables, que solemos denominar período de Taifas y que coincide con un período de decadencia, en favor de los reinos cristianos que desde el norte ocupan lenta, muy lentamente los territorios antes islamizados. Y si gran parte del flagrante éxito de la islamización de Iberia había consistido en no coartar los imaginarios culturales y religiosos a la población autóctona, el éxito de la re-cristianización por parte de los pueblos del norte fue precisamente aprovechar los flujos sociales y culturales de la entonces abierta sociedad islámica. Sólo, muy al final de la mal denominada reconquista, cuando la Iglesia se convierte en un cada vez más incontestable eje ideológico, el poder se rearma desde una ideología excluyente contra todo cuanto pueda ser percibido como musulmán o incluso judío. Ese rearme ideológico tiene consecuencias hasta hoy día.

La cultura islámica nace en el desierto y es hija innegable del desierto. Su imaginario tiene un evidente sustrato poético y esencialista porque vivir en una continua precariedad material hace que lo importante en la vida no sea lo material, tan efímero. La vida del hombre del desierto depende de su propia invectiva y de su perfecta identificación con un medio tan hostil. Cantar a la luna o a las estrellas no es para un beduino un mero artificio, sino una comunión con elementos esenciales para su vida. En el desierto las estrellas trazan el camino. Ellas, pues, rigen los destinos y a ellas improvisan y cantan los poetas en los dilatados anocheceres. Qué decir entonces del agua, tan precaria siempre, de las nubes que presagian las lluvias, de los animales, compañeros en el difícil caminar, o del amor, donde se sustenta la metafórica caravana de la vida.
En todas las épocas y en las más lejanas y extraviadas regiones los árabes guardaron el recuerdo de su patria. Conocer las historias de los viejos clanes era esencial como esencial era visitar al menos una vez en la vida, el origen de su imaginario vital y religioso. Su poesía está preñada, pues, de alusiones a la mítica tierra del origen, así como a leyendas obviamente sustentadas en la vida nómada y en la recurrencia a la ascética del desierto. Desde los primeros tiempos del emirato, fueron muchos los poetas llegados de oriente que se asentaron en Córdoba o en otras ciudades andalusíes, trayendo con ellos la tradición clásica y creando poco a poco una escuela con trazos propios, adecuados a una tierra que ofrecía por su riqueza natural la posibilidad de prosperar en ella, creando así poblaciones que necesariamente tenían que convivir con otras maneras de entender el mundo, lo que, es obvio, acabó por enriquecer el originario universo arábigo. Sin olvidar las míticas travesías del desierto, la nostalgia de la tierra dejada atrás, elemento del que se nutren las qasidas, el poeta andalusí siente una especial predilección por los suntuosos jardines, por el enervante olor de las rosas, del azahar y de los jazmines, por las cambiantes y sensuales aguas de los ríos, por la suntuosidad de los palacios y por la belleza de los muchachos y muchachas que, cual inquietas mariposas, dan sentido y color a las interminables noches de primavera. Elogian, como no, el poder, la elegancia, la sensualidad, la sagacidad, la magnanimidad o el valor de los príncipes y todo cuanto pueda inspirar el arrebol del poder y de la belleza. Sus composiciones morales o filosóficas nos hablan acerca de la fugacidad de la existencia, lo etéreo de la fortuna, lo caprichoso del destino y la vanidad de los bienes terrenales, así como del valor de la virtud y del conocimiento y, cómo no, de la ebriedad. Buscan el instante mágico y preñado de belleza, ensalzan la música y la danza, no se cansan de hablar, transidos de emoción, de la pasión amorosa, donde la mujer tiene tanto que decir y, de hecho, lo dice, y donde independientemente del género o del asunto casi siempre aparece la visión subjetiva del autor hasta tal punto que los textos se convierten en pequeños joyeles autobiográficos. Se canta el individualismo, así como se huye de cualquier forma de objetividad. Pensemos que gran parte de esta poesía es puro repentismo, pura emoción ante el presente, ebriedad en estado puro. En su conjunto, la poesía andalusí tenía, en mayor medida que la de Oriente, el gusto por la naturaleza y, por supuesto, mayor interés por los placeres, derivado de la tradición grecolatina, del que acaso sea su mejor ejemplo, el amor cortesano (que integra, cómo no, la intensidad erótica y las estrategias del amor), y que a su vez va a impregnar a toda la lírica medieval europea, desde el amor cortés de los trovadores provenzales, hasta las cantigas de amigo galaico-lusitanas.
Como advierte Emilio García Gómez en su ya clásico Poemas arabigoandaluces, “en todo problema relativo a la España musulmana es preciso contestar previamente a una doble pregunta, de un lado ¿qué dio al-Andalus al Islam?; del otro ¿qué dio el Islam a al-Andalus?”. Siguiendo a Don Emilio la respuesta es fácil: España dio al Islam su lírica propia, la de los zejeles y de las muwassahas y el islam dio a España la lírica clásica, la qasida del desierto.
Desde la irrupción de los primeros musulmanes en Iberia, en el año 711 hasta el 929, fecha en la que el todavía emir Abderraman III declara el califato de Córdoba, independizándose así de Damasco, la poesía al-Andalusí se encuentra en un período de formación, adaptándose a las condiciones de una sociedad nueva. Príncipes y plebeyos rivalizan en estos tiempos de aclimatación, unos buscando la elegancia y otros tratando de tocar la fina sensibilidad popular. Las cantoras llegadas desde Siria hacían las delicias de los magnates y los príncipes, pero el verdadero punto álgido de la orientalización lo marca la llegada a la Córdoba de Aderraman II, del exiliado Ziryab, “el pájaro negro” de Bagdad. Con él llega el ornato y el esplendor abbasí, en el que no faltan canciones y alegorías procedentes de la poesía de tradición persa y grecolatina. Pero el gran momento de la poesía andalusí se alcanza con el califato omeya donde la lengua del desierto convive con la lengua romance. Es un momento de sinergia absoluta, basado precisamente en la pacífica convivencia de las tres religiones y en un momento donde, pasadas las obnubilaciones del oriente, se alienta la identidad califal. La bulliciosa Córdoba todo lo absorbía y todo lo depuraba, convirtiéndolo en propio. “A la sombra de espadas invencibles -cuenta el inefable Gómez- garrapatean los escribas, disertan los maestros apoyados en las columnas de la Aljama, los ricos pujan en las subastas de códices, cantan las esclavas, versifican los poetas y los eruditos ordenan las primeras antologías o diwanes”. Autores como Ben Abd Rabbihi, Ben Hani de Elvira, al Zubaydi, el infortunado príncipe Taliq o Ben Farach forman parte de ese primer grupo de poetas califales. Mención especial debemos a Ben Hazam, el autor del Collar de la paloma y a Ben Suhayd a quienes toca cantar la caída del califato. El intelectual Suhayd, en su conocida risala o viaje al paraíso será uno de los claros y necesarios antecedentes de esa joya de la literatura occidental que es La Divina Commedia. En cuanto a su contemporáneo Ben Hazam podríamos calificarlo como una de las cumbres de la poesía en lengua arábiga y uno de los poetas más influyentes del mundo, siendo así que no es concebible La Vita Nuova de Dante o la poesía amorosa de Petrarca sin su influencia; viajero, polemista, exilado, Ben Hazam vive un tiempo de incertidumbre, para acabar sus días en la alquería de Montíjar, en los alrededores de Huelva, donde escribe gran parte de su obra filosófica. Puede decirse sin rubor que Ben Hazam es el primer gran poeta nacido en Iberia, tras el latino Marcial, pero no sólo se dedicó a la poesía sino que también escribió tratados filosóficos siguiendo a Aristóteles, que serán de gran inspiración para los tomistas y en los que se interesará por la dicotomía tan en boga entonces entre esencia y existencia.
Acaso el gran momento de la poesía andalusí coincide con el de la descomposición de Al-Andalus. El califato siempre anduvo en un delicado equilibrio inestable con frecuentes derrocamientos, intrigas y cambios en el poder. En 1031, después de mil trifulcas, se da por concluido, comenzando así el período de los Reinos de Taifas, lo que supondrá la escisión del poder musulmán y, por tanto de su decadencia en favor de los también fragmentados reinos cristianos del norte. Como más tarde ocurriera en las ciudades estados de Italia, cada taifa querría descollar en una disciplina científica, artística o del saber, pero todas, absolutamente todas tenían en sus poetas el mayor de los tesoros. No en vano eran los poetas sus órganos de propaganda. En sus frecuentes viajes, donde los poetas eran tratados como eminencias, éstos ensalzaban a unos visires mientras denostaban a otros. Unos certeros versos podían valer un visirato o una vida regalada. Nunca hasta entonces gozaron de tanta importancia los poetas. La poesía se convierte así en el centro de la vida. Todo se hace desde la poesía. Hasta los reyes se convierten en poetas inveterados, como es el caso del Al Mutamid, hijo y padre de poetas, nacido en Silves, Portugal, rey de la taifa sevillana, muerto en las cadenas de Agmat, al sur de Marrakesh y acaso uno de los poetas más emotivos de la época. Pero acaso el poeta de más genio del período no sea otro que el cordobés Ben Zaydum, otro clásico, cuyos versos se pueden buscar en Las mil y una noches. Los versos amorosos Zaydum son sin duda de los más elogiados y repetidos de la poesía árabe de todos los tiempos. Zaydum protagonizó una apasionada y sonada aventura amorosa con Wallada, una princesa cordobesa que escribía casi tan espléndidos versos como los suyos. Tras su ruptura se envían maravillosas puyas poéticas. Hemos mencionado a Wallada, pero también debíamos hacerlo con Muhya o Safiyya de Málaga y tantas otras poetas que desde el harem cantaban la gloria del mundo y sus accidentes humanos. Pocos lo saben, pero antes de la mística Teresa de Ávila, España tuvo poetas de la talla de Wallada o Muhya que impregnaron a la poesía de los imaginarios femeninos.
Se suele afirmar que la tormenta almorávide representó el final de la poesía clásica árabe y coincidió con el gran desarrollo de lo que podemos llamar poesía popular, que utilizaba como vehículo de expresión  la moaxaja, poema de cinco estrofas con un pareado final que recibe el nombre de jarcha y se suele componer en árabe vulgar o en romance, mientras que los demás versos eran escritos en árabe clásico. Una variante de la moaxaja era el zéjel, escrito en lengua vulgar y con una construcción más sencilla, ya que cada estrofa, en lugar del pareado final, sólo incluía un verso con la rima de la jarcha. El origen de estas composiciones se fecha a comienzos del siglo X y se le atribuye al poeta ciego Muadam de Cabra, pero las principales moaxajas conocidas son de finales del siglo XI y del siglo XII. El poeta popular por antonomasia es el cordobés Ibn Quzmán (1100-1160) cuya poesía mantiene muchos puntos en común con la de los goliardos occidentales, como es la continua utilización de vulgarismos y un claro acento irónico y de denuncia moral. Es necesario señalar que tras el período clásico del Emirato, la poesía arábigoandaluza se va acercando cada vez más a la lengua romance, es decir a la lengua mozárabe, contaminándose de la poesía popular que hacían los cristianos.


No importa repetir que, pese a la suma importancia de la poesía andalusí, la filología española apenas si ha reparado en ella. Durante siglos, nuestro pasado musulmán se ocultó por razones estrictamente ideológicas, considerado un traspiés de la historia, una página oscura. La acuñación del término “reconquista”, tan anclado en nuestro imaginario, como falso históricamente, nos da una idea de lo que la historiografía ha querido hacer con este período. El término reconquista debe ser precedido necesariamente por el de conquista, extremo que no queda nada claro. De igual modo, la mal llamada “reconquista” es un término a posteriori, que nada tiene que ver con el proceso de decadencia islámica que dura casi seis siglos, corriendo paralelo a un lento proceso de ascendencia de los reinos cristianos. ¿Cómo entender entonces, seis siglos de reconquista? ¿No convendría hablar más bien de un proceso de erosión de la cultura islámica, de un lento camino de transformación?
Lo que no se pudo ni se puede ocultar es la impronta musulmana en la cultura hispana y europea medieval. Podría decirse que nuestra literatura sería otra bien distinta sin la esencial aportación y sin la presencia de la cultura musulmana en la península. La mística española, uno de los momentos culminantes de nuestro arte, sería imposible sin el concurso de la poesía de Ben Hazam o Zaydum, así como de las escuelas sufíes, de las que toman mucho de su simbología. La ascética española tiene claros antecedentes en la poesía clásica árabe. El amor cortés bebe también de la tradición andalusí, así como los cancioneros amorosos del siglo XII y XIV, eso por no hablar de la cuentística.
Sin embargo pareciera que los musulmanes ni siquiera habían pasado por nuestra lengua. Se necesitó la curiosidad de los románticos para rescatar esa página excelsa de nuestro pasado. Hubieron de ser los hijos de los librepensadores quienes nos pusieran ante el eslabón perdido. El interés de franceses, ingleses, alemanes y norteamericanos por la singularidad andalusí, nos hizo revolver en los archivos y en los desvanes y ver con ojos nuevos todo cuanto la historia nos había ocultado. Fue entonces cuando nuestro punto de vista comenzó a cambiar, cuando se conservaron los monumentos, se indagó en los archivos y comenzó la curiosidad por esa etapa. Es cuando se comienza a estudiar científicamente el flamenco, donde es más evidente el influjo de los cancioneros y de las improntas musicales orientales, que se han mantenido vivas y tal vez ocultas a lo largo de los siglos. Con el colonialismo de finales de siglo XIX y XX esta visión de lo islámico cobra una nueva dimensión y podríamos hablar de una búsqueda apasionada de ese influjo histórico. Con el neopopularismo la identidad de los pueblos cobra importancia y en el meridión ibérico se indaga en el esplendoroso pasado califal. Los arabistas españoles con Emilio Gómez a la cabeza no sólo han rescatado las verdaderas joyas escondidas bajo la caligrafía del alifato, sino que nos han ido iluminado sobre un pasado que distaba mucho de ser como nos lo habían contado. La bandera de Andalucía, proyectada por Blas Infante, la arquitectura neo-islámica, la indagación en el flamenco en su dejes islamizantes que puede rastrearse en la malagueña, la granaína y los cantes de levante, la obra de autores como Alarcón, Falla, Villaespesa, Juan Ramón o Lorca dan razón de esa búsqueda que otra vez es rota con la dictadura, donde el pasado musulmán fue tratado como algo exógeno, exótico y de cierto tono turístico. Más tarde con la llegada de la democracia, los pueblos ibéricos buscaron su identidad, rescatando símbolos y proyectando aquellos aspectos de su historia que más le convenían, de modo que al menos en Andalucía la cultura común musulmana ha sido puesta en valor. Hoy día se publican muchas novelas y poemas, y se editan discos, se recupera la alfarería y la artesanía, se estudia la lengua árabe en las universidades, se editan a poetas árabes..., de manera que ya se ha superado definitivamente la negación entre nosotros del mundo musulmám. Hoy, en un mundo que tiende a la globalización, tratamos de indagar en las claves de un tiempo futuro que nos pedirá un nuevo esfuerzo de comprensión y de reaclimatación entre las culturas cristianas e islámicas. Sin duda es a nosotros, a unas generaciones que no están tan mediatizadas por intereses religiosos, a quienes nos corresponde desbrozar y poner en valor una cultura que forma parte de nuestro adéene cultural.

 breve antología andalusí


 IBN SUYAID


DESPUÉS DE LA ORGÍA

Cuando, llena de su embriaguez, se durmió,
y se durmieron los ojos de la ronda,
me acerqué a ella tímidamente,
como el amigo que busca el contacto furtivo con disimulo.
Me arrastré hacia ella insensiblemente como el sueño;
me elevé hacia ella dulcemente como el aliento.
Besé el blanco brillante de su cuello;
apuré el rojo vivo de su boca.
Y pasé con ella deliciosamente,
hasta que sonrieron las tinieblas,
mostrando los blancos dientes de la aurora. 







[EN LA OSCURIDAD]
 
En la oscuridad, cada flor abrirá su boca,
buscando las nubes de la lluvia fecunda;
y los ejércitos de las negras nubes cargadas de agua,
desfilaban majestuosamente, armados con los sables dorados del relámpago. 

 
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IBN HAZM (Ben Hazam)


AMOR CORTÉS
¡Ojalá pudiera saber yo quién era ella, y cómo vino la noche!
¿Era el rostro del sol, o la cara de la luna?
¿Fue una ilusión de la mente, manifestada por su misma actividad febril,
o una imagen del espíritu revelada por el pensamiento?
¿O una imagen, representada en el alma,
por mi misma esperanza y deseo, que la vista creyó percibir?
¿O más bien nada de todo eso, sino que fue,
en cambio, un acontecimiento producido por el destino como causa de mi muerte?



HERIDO DE AMOR

¿Hay quién pague el precio de sangre del asesinado por el amor?
¿Hay quién rescate al cautivo del amor?
¿O podrá acaso el destino hacerme retroceder hacia mi amada
como en aquel día que pasamos junto al río?
Lo pasé nadando y estaba sediento:
¡Qué maravilla uno que nada y tiene sed!
El amor, dueño mío, me dejó tan extenuado
que no pueden verme los ojos de los que me visitan.
¿Cómo se las arregló el amor para llegar
a quién es invisible para todos?
El médico se ha aburrido de intentar curarme
Y hasta mis émulos sienten piedad de mi dolencia. 


[ME QUEDÉ CON ELLA A SOLAS]
Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino,
mientras el ala de la tiniebla nocturna se abría suavemente.
Era una muchacha sin cuya vecindad perdería la vida.
¡Ay de ti! ¿Es que es pecado este anhelo de vivir?
Yo, ella, la copa, el vino blanco y la oscuridad
parecíamos tierra, lluvia, perla, oro y azabache.


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IBN ZAYDUM


DESDE AL ZAHRA TE RECUERDO CON PASIÓN
 
Desde Al Zahra te recuerdo con pasión. El horizonte está claro y la tierra nos muestra su faz serena.
La brisa desmaya con el crepúsculo: parece que se apiada de mí y languidece, llena de ternura.
Los arriates me sonríen con sus aguas de plata, que parecen collares desprendidos de las gargantas.
Así fueron los días deliciosos que ya pasaron, cuando, aprovechando el sueño del Destino, fuimos ladrones de placer.
Hoy sólo me distraigo con las flores, imán de los ojos, en las que la escarcha juega vivaz; inclinando sus tallos,
son como pupilas que, al ver mi insomnio, lloran por mí, y por eso el irisado llanto resbala por su cáliz.
En los soleados rosales brillan los rojos capullos, aumentando la luminosidad de la mañana.
Aromáticas bocanadas se transmiten el pomo del nenúfar, dormilón cuyas pupilas entreabrió el alba.
Todo excita el recuerdo de mi pasión por ti, que nunca abandona mi pecho, por mucha que sea su estrechura.
Si la unión contigo, por la que suspiro, se lograse, ese día sería el más noble entre todos.
¡No conceda Allah la calma al corazón que desista de recordarte y que no vuelve a tu lado con las alas trémulas del deseo!
Si el Céfiro, cuando sopla, consintiera en llevarme, depositaría a tus pies un doncel extenuado por la pena.
¡Oh mi más precioso joyel, el más sublime, el preferido de mi alma, cuando los amantes compran joyeles!
Pedirnos uno al otro deudas de puro amor era, en otros tiempos, la pradera feliz donde corríamos como libres corceles.
Pero ahora yo soy el único que puede jactarse de leal. Tú me dejaste, y yo me he quedado, triste, amándote. 


ME DEJASTE, OH GACELA

Me dejaste, ¡oh gacela!,
atado en manos del infortunio.
Desde que me alejaste de ti,
no he conocido placer de sueño.
¡Si entrara en mi destino un gesto
tuyo o una mirada fortuita!
Mi intercesor -¡mi verdugo!-
en el amor es tu bello rostro.
Estaba libre del amor
y yo hoy me veo rendido.
Fue mi secreto silencioso,
y ahora ya se sabe.
No hay escape de ti,
lo que desees para mí,
así sea. 



UN EXTRANJERO

Un extranjero en los confines de levante
da gracias a la brisa,
porque lleva su saludo
hasta occidente.
¿Qué mal habrá en que el aliento
de la brisa lleve
un mensaje de amor que envía
un cuerpo al corazón? 

*****

WALLADA

CUANDO CAIGA LA TARDE
Cuando caiga la tarde, espera mi visita,
pues veo que la noche es quien mejor encubre los secretos;
siento un amor por ti, que si los astros lo sintiesen
no brillaría el sol, ni la luna saldría
y las estrellas no emprenderían su viaje nocturno.


SI HUBIESES SIDO

Si hubieses sido justo en el amor que hay entre nosotros,
no amarías, ni hubieses preferido, a una esclava mía.
Has dejado la rama que fructifica en belleza
y has escogido rama que no da frutos.
Sabes que soy la luna de los cielos,
pero has elegido, para mi desgracia, sombrío planeta.



A PESAR
A pesar de sus méritos, Ibn Zaydum ama
las vergas que se guardan en los calzones;
si hubieras visto el pito en las palmeras,
se habría convertido en pájaro ababil.





*****

MUHYA BINT AL TAYYANY


ALEJA DE LA AGUADA

Aleja de la aguada de sus labios
a cuantos la desean,
igual que la frontera se defiende de cuantos la asedian,
a una la defienden los sables y las lanzas,
y a aquéllos los protege la magia de sus ojos.

WALLADA

Wallada ha parido y no tiene marido;
se ha desvelado el secreto;
se parece a María,
pero la palmera que ella sacude es un pene erecto.


 *****

AL MUTAMID

 EVOCACIÓN A SILVES
Hala, Abu Bakr!, saluda mis posadas de Silves.
Pregúntales si añoran los días de amores como yo.
Saluda al palacio de las Barandas de parte
de un mozo siempre ansioso de estar ahí.
Guarida de leones y deliciosas doncellas.
¡Qué guaridas y qué salones de mujeres!
¡Cuántas noches deliciosas entre sus sombras
con chicas de generosos traseros y finas cinturas!
Blancas y morenas, atravesando mi alma
como blancas espadas y morenas lanzas.
Aquella noche juguetona junto al dique,
con esa moza del brazalete que serpenteaba como el río.
Se quitó el manto, una rama de sauce su cuerpo,
como el capullo que estallaba en flor.
Me sirvió el vino de sus miradas,
de la copa; a veces de su boca.
El toque de su laúd me embrujo; como si oyera
el rasgueo de espadas en los cuellos enemigos.


 [TE HE VISTO EN SUEÑOS]
Te he visto en sueños en mi lecho
y era como si tu brazo mullido fuese mi almohada,
era como si me abrazases y sintieses
el amor y el desvelo que yo siento,
es como si te besase los labios, la nuca,
las mejillas, y lograse mi deseo.
¡Por tu amor!, si no me visitase tu imagen
en sueños, a intervalos, no dormiría más.



A MI CADENA
Te he visto en sueños en mi lecho
y era como si tu brazo mullido fuese mi almohada,
era como si me abrazases y sintieses
el amor y el desvelo que yo siento,
es como si te besase los labios, la nuca,
las mejillas, y lograse mi deseo.
¡Por tu amor!, si no me visitase tu imagen
en sueños, a intervalos, no dormiría más.



 DESPEDIDA
Cuando nos encontramos para despedirnos, de mañanita,
ya tremolaban las banderas en el patio del alcázar;
eran acercados los corceles, redoblaban los atabales:
eran las señales de partida.
Lloramos sangre, hasta que nuestros ojos eran como heridas
al fluir aquel líquido rojo.
Y esperábamos volver a vernos a los tres días...
¿Qué habría sucedido si hubiesen sido más? 



 ***
AL BAKRI

CASI NO PUEDO AGUARDAR

Casi no puedo aguardar
que el vaso brille en mi diestra,
beber ansiando el perfume
de rosas y de violetas.
Resuenen, pues, los cantares;
empiece, amigos, la fiesta,
y de oculto a nuestros goces
libre dejando la rienda,
evitemos las miradas
de la censura severa
para retardar la orgía
ningún pretexto nos queda,
porque ya viene la luna
de ayunos y penitencias,
y cometer gran pecado
cuantos entonces se alegran.

****

MUADAM AL CABRI

 
LA PALOMA DEL VALLE
 
Cómo me entristece la paloma del valle 
que se balancea sobre una rama trémula y tierna! 
Juega porque nunca sufrió la altanería de Zaynad, 
ni la aparición constante de su imagen en sueños. 
No esperes vivir, si Zaynad te ha roto el corazón, 
porque no se puede vivir sin corazón.
 

MI CORAZÓN
 
Mi corazón se me va de mí.
¡Oh, Dios! ¿Acaso tornará?
¡Tan fuerte mi dolor por el amado!
Enfermo está, ¿Cuando sanará?
            
******
IBN QUZMAN


ZEGEL

Que beba la hermosa y me dé a beber,
sin centinela ni polizonte que nos espíe.
Así es más bonito.
¡Cuán deliciosa noche se pasaría
acariciándonos con besos y abrazos!
¿A dónde vas? ¿Por qué estás inquieta?
¡No te muevas! ¡Cede tus gracias al amante!
¡Quien haya estado en situación tan violenta
como la mía que considere!
¡Si es poco lo que pretendo!
Y... no lo consigo.

La juventud debiera ser menos esquiva.
Invitadla, invitadla a que venga y sea cariñosa.
¡Oh! ya está aquí;
jamás he visto hembra más gentil.
Enciende en mi escuálido pecho ardorosa pasión;
sobre el suyo, en cambio, palpitan ingentes los senos...
¡Hay que perder la vergüenza!

Mira la boquita, pequeña como anillo
cuyas perlas se han engarzado sin artificio.
Es capaz de enloquecer al asceta más beato.
Y eso que no tiene trazas de venir a echar sermones.
Mi corazón en su ausencia se vuelve [chiquitín] como el engarce de una sortija.

¡Es... muy resalada!

La conversación se entabla;
el vino se bebe, yo canto, ella se emociona.
Le pido, luego, lo... que hay que pedir.
Me dice que sí; concededme sus favores...
Alborea el alba. ¡Alba maldita!
¿Por qué viene el alba?

Me levanto a coger la capa apresuradamente.
Ella me dice: ¿Te vas? ¿Qué quieres hacer?
Deja la capa y quédate aquí conmigo.
Yo le contesto: No; déjame, debo marcharme:
A Abenzomaida Abulcácim he de loar.



PANEGÍRICO
 
Del zoco quiero a un chico.
De verlo, lo conoces.
Su nombre te diría;
Pero nombrarlo no oso.
Tú que a la gente matas,
aunque otra cosa digas:
¿Qué almizcle es ése, amigo?
¡Ven, ven, ante el maestro!
¡Por Dios, qué presumido!
Saluda, por lo menos.
Conviene, si te entonas,
que el entonar te siente.
Yo callo y sufro, pero
lo quiero, pese a todo.
Con verlo ya me pasmo.
¿Negar voy lo que es cierto?
De estar ello en mi mano,
lo que celar no puedo.
¡Ay, tú el de los achares
y los celillos dulces!
¿Por qué me gusta hablarte,
cuando ese hablar me mata?

¡Ay, corazón, aguanta. 
No te escapes nunca!

¡Por Dios, bien sufre el pobre!
Vigor y ayuda dale.
El de los ojos garzos,
el de las cejas finas
me llama su criado:
verdad es lo que dice.
Mas, siendo sus esclavos
poetas y escritores,
ni va eso en mi desdoro suyo.
¿Por qué va a ser afable,
por qué va a hacerme caso,
si al verlo dos mujeres,
y ver su airoso talle,
le dijo la una a la otra:

¡Que el Allahl de amor te aqueje,
 y que con él te acuestes!,

y  la otra dijo?

Más Súna está más cerca.
No esponjes, si saluda,
porque a la gente engaña
con sus palabras dulces.
Parécete inocente
si tira de las riendas,
y así, su cepo tiende.
¡Quien cae en él bien grita!
Por él ardo de día;
De él hablo por la noche.
Desde que di en amarlo
tan solo eché una siesta.
Trocarle tengo urdido
un zéjel por un beso;
mas, si antes me lo diera
del trueque, ¿mal habría?
Acorta tu poema;
dejarlo has terciadillo.
Besar tus dedos quiero,
ay hijo del más noble.
Mas no me gustaría
que nadie se enterara.
Todo en mi contra sale:
lo que tú cueces, aso.
¿Ay, déjame esta noche
que goce y pegue brincos,
que de placer me embriague
y que amanezca turbio!

Soto de Ben Abî-l-Hazz
Waskî bebió conmigo.
Pegar no pude ojo,
sirviéndote y bebiendo
Completo queda el zéjel,
que me salió del alma.

Babel me dio su magia,
Y es un montón de perlas.
Oirás que dicen todos: 
¡Cosa es genial amigo!
y se ha de alzar.....
...... cuando lo cante.

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